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San Antonio María Claret

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Nuestro Patrono

Nuestro Patrono, San Antonio María Claret nace en el año 1807 en Sallent, Barcelona, España.

Forma parte de una familia numerosa, cristiana, dedicada a la fabricación de tejidos. Desde muy niño, Claret siente la providencia divina en su vida y le preocupa la idea de la eternidad. De sus padres recibe la devoción a la Virgen María y a la Eucaristía.

Al finalizar los estudios de educación primaria inicia como trabajador en el taller textil de su padre, sobresaliendo por sus habilidades para la fabricación de telas. Con el deseo de perfeccionarse en el arte textil se va a Barcelona a los 18 años. Allí se dedica plenamente al trabajo por el día y al estudio en las noches, logrando ser reconocido y admirado por sus compañeros.

En Barcelona seguía siendo un buen cristiano, participaba en la misa dominical y en el rezo del Santo Rosario. 

Por su excelencia laboral e interés personal, un grupo de empresarios le ofrecen fundar una compañía textil corriendo a cuenta de ellos la financiación y el montaje de la fábrica, y que Claret fue el responsable de la producción y gerencia. Una frase del Evangelio: ¿de qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si al final no salva su alma? lo inclina a tomar otro camino en su vida.

A los 22 años ingresa en el Seminario de Vich (España) donde recibió los estudios previos al sacerdocio, y el 13 de junio de 1835 recibe la ordenación sacerdotal e inicia servicios ministeriales en parroquias, evangelizando por todas partes, decidido a cumplir siempre la voluntad de Dios.

Con el reconocimiento de Misionero Apostólico predica la Palabra de Dios, evangelizando de un lugar a otro con misiones, ejercicios espirituales, predicaciones, escritos y de cuantos medios disponía en ese momento histórico. Siempre viajaba a pie, sin recibir recompensas, ni obsequios por su trabajo. Fue un predicador incansable, publicó devocionarios, libritos que él llamaba “consejos” para toda clase de público: sacerdotes, religiosas, niños, jóvenes, novios, padres de familia, colegiales y viajeros del tren. Con este propósito fundó la “Librería religiosa” que en dos años editó 2.811 libros; 2.059.500 opúsculos y 4.249.000 hojas volantes.

El 16 de junio de 1849 funda con cinco sacerdotes llenos del mismo espíritu, la Congregación Claretiana en la ciudad de Vich. En la actualidad, los Misioneros Claretianos abarcan los cinco continentes, en 78 países y en culturas diversas.

El Padre Claret enfrentó situaciones de esclavitud, marginalidad, explotación, inmoralidad pública, e inseguridad familiar; promovió campañas misioneras; se preocupó de la renovación material y espiritual de la gente; fundó comunidades religiosas y organizó a los profesionales en grupos para apoyar con las artes la evangelización.

Preocupado por la asistencia social influyó para que las Hijas de la Caridad se establecieran en Cuba. Con los Escolapios y Jesuitas ayudó a la educación en la isla del Caribe. En compañía de la Madre María Antonia París fundaron la Congregación de “Misioneras Claretianas” para la educación de las niñas de Cuba. Creó una Granja Escuela para el mejoramiento de los cultivos en el campo, y organizó una Caja de Ahorros para beneficio de los campesinos. En la ciudad de Holguín sufre un atentado sangriento para quitarle la vida. Las heridas, con cicatrices visibles en su rostro, le obligan a reconocer “llevo en mí las señales de haber hecho la voluntad de Dios en mi vida.”

Su interés únicamente por Cristo le atrae enemigos que le calumnian, injurian, malinterpretan y persiguen, hasta verlo en el destierro. Allí, recibido por unos monjes, muere el 24 de octubre de 1870, en Francia.

Con una sencilla frase se resumió su actividad misionera: “amé la justicia y rechacé la maldad”.

El Papa Pio XII, en el año 1950 lo proclamó Santo y dijo de él: “… San Antonio María Claret fue un alma grande, nacida como para ensamblar contrastes: pudo ser humilde de origen y glorioso a los ojos del mundo. Pequeño de cuerpo, pero de espíritu gigante. De apariencia modesta, pero capacísimo de imponer respeto incluso a los grandes de la tierra. Fuerte de carácter, pero con la suave dulzura de quien conoce el freno de la austeridad y de la penitencia…”

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